En los últimos meses, ha surgido una reflexión sobre el impacto de la frase “Cualquier tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia” y el momento coyuntural tecnológico que estamos viviendo como sociedad. Esta cita, acuñada por el escritor y divulgador científico Arthur C. Clarke, lleva a cuestionarnos sobre la velocidad a la que avanza la tecnología y nuestra capacidad para comprenderla.
A medida que la tecnología avanza rápidamente, nos maravillamos con sus capacidades sin detenernos a comprender su funcionamiento interno. A menudo, es más fácil considerarla como un objeto mágico que damos por sentado. Sin embargo, este asombro conlleva un riesgo: cuando el truco de magia se vuelve recurrente, la maravilla desaparece y se vuelve rutinario. Aunque, por supuesto, hasta que aparezca una nueva tecnología y vuelva a sorprendernos.
El fenómeno de los autos autónomos ilustra esta idea. La primera vez que nos subimos a un auto autónomo, experimentamos miedo y emoción al confiar nuestra vida en una máquina desconocida. La segunda vez, aún sorprendidos por lo que nuestros ojos ven. Pero a partir de la tercera vez, dejamos de pensar en ello y nos distraemos con otras actividades, olvidando que una máquina nos llevó a nuestro destino.
Es fácil perder el asombro cuando pensamos en que un smartphone sencillo es mucho más poderoso que las computadoras utilizadas en la misión Apollo 11 para llegar a la Luna. Esto nos lleva a reflexionar sobre la tercera revolución tecnológica impulsada por la inteligencia artificial (IA). No podemos considerar la IA como un acto de magia y maravillarnos solo por sus capacidades. Tenemos la responsabilidad de no dar por sentada esta tecnología y entender sus implicaciones.
No es necesario ser expertos en redes neuronales o modelos de lenguaje, pero debemos reconocer que el impacto de la IA será significativo en nuestras vidas. Es un desafío involucrarnos y comprender su desarrollo y evolución, en lugar de considerarlo un truco pasajero.