Josh Hart, el alma de los Knicks: de aspirar a estrella a convertirse en indispensable

Josh Hart, como cualquier jugador que alguna vez botó un balón de baloncesto, soñó con ser una estrella. Imaginaba partidos de 30 puntos, tiros ganadores, comerciales de televisión y ver su camiseta sucia y desabrochada en las canchas de barrio. En su mente, lo quería todo.

Hoy, sin embargo, Hart es otra persona. Y probablemente ya lo hayas notado. Le basta con anotar seis puntos. No le molesta no lanzar al aro, ni siquiera cuando algunos de los aficionados más apasionados del deporte le gritan para que lo haga. Está conforme con ser el que se lanza por un balón suelto en los últimos segundos del partido, aunque sea otro quien anote la canasta decisiva.

“Este año cambió todo”, confesó Hart mientras regresaba al autobús de los New York Knicks después del entrenamiento del sábado.

Puede que sorprenda oírlo. Desde su llegada a la NBA, Hart, hoy con 30 años, ha pasado por varios equipos, manteniendo siempre los mismos valores. Siempre fue combativo, un pasador generoso y un reboteador excepcional para su estatura de 1,93 metros. Sus intangibles siempre estuvieron ahí. El papel que desempeña ahora en los Knicks no parece distinto al que tuvo en Los Angeles Lakers, New Orleans Pelicans o Portland Trail Blazers. Si alguna vez pensó que podía hacer más, supo ocultarlo.

Quizá no sea coincidencia que, con ese cambio de mentalidad, Hart esté mostrando su mejor versión. Durante la temporada regular registró nueve triples-dobles, superando a Walt “Clyde” Frazier como el jugador con más en una misma temporada en la historia de los Knicks. Promedió 13,6 puntos por partido, acompañados de 9,6 rebotes y 5,9 asistencias, sus mejores cifras en la liga. Ha sido el conector de un equipo que, por momentos, parecía necesitar dos balones en la cancha para desplegar todo su potencial.

Noche tras noche, Hart ha dominado el arte del caos controlado. Se ha convertido en un jugador todo terreno, eficaz en múltiples facetas. En ataque, es de bajo mantenimiento, pero capaz de crear oportunidades de la nada. Y en los playoffs no ha sido diferente: sus números incluso han mejorado ligeramente respecto a la temporada regular.

Cada equipo necesita un Josh Hart. Los mejores equipos tienen un Josh Hart. Sin embargo, a él mismo le llevó tiempo darse cuenta.

“Creo que me di cuenta… Siento que he crecido mucho en mi fe”, dijo Hart. “He intentado adoptar una mentalidad de servidor. Quiero ayudar a estos muchachos a triunfar y a estar en las mejores posiciones para brillar”.

“Servidor” ha sido una palabra recurrente en el vocabulario de Hart esta temporada. Él siente que su misión es ser el engranaje que une todo en ataque. Lo que el equipo necesite, él está dispuesto a hacerlo. Para él, esa es su verdadera razón de estar en la cancha.

Un ejemplo claro se vio en el tercer partido contra Detroit. En el encuentro anterior, los Knicks cayeron ante los Pistons tras un juego ofensivo lento y predecible. Karl-Anthony Towns casi no tiró al aro. Después de esa derrota, Hart fue quien identificó el problema y señaló los cambios necesarios.

Así, en el tercer juego, los Knicks aceleraron como nunca. Towns anotó 31 puntos, lanzando ocho triples —seis más que en el partido anterior—, y Hart asistió en cuatro de ellos, la mayoría en transición. Nueva York mostró entonces uno de sus ataques más balanceados de la temporada.

“Todos los otros titulares anotaron 20 puntos, y yo estaba feliz anotando seis, capturando 11 rebotes y repartiendo nueve asistencias”, comentó Hart. “Me alegra ver a mis compañeros brillar, a KAT brillar. Este año he entendido que mi prioridad es que ellos estén bien”.

A lo largo de la temporada, al hablar de su rol en un equipo con grandes expectativas, Hart ha mencionado constantemente a Jrue Holiday, de los Boston Celtics, como modelo de sacrificio en favor del éxito colectivo.

Antes de llegar a Boston, Holiday fue dos veces All-Star, en Filadelfia y Milwaukee. Durante 14 de sus 16 temporadas en la NBA, promedió entre 15 y 21 puntos por partido, además de consolidarse como uno de los mejores defensores perimetrales de la liga. En su mejor momento, no había campaña en la que no intentara al menos 13 tiros por partido.